En mi defensa diré que me niego a dejarme embaucar por toda la pompa comercial que ha invadido esta fiesta.
Hay momentos en los que me gusta hacer el papel de Scrooge, sobre todo en lo que se refiere a la decoración navideña. Cuando llegué por primera vez a Portugal, hace ya algunas décadas, una de las cosas que más me atraían en esta época del año era que las tiendas no empezaban a mostrar la Navidad en sus narices hasta aproximadamente la semana anterior y que la decoración de las calles -si es que había alguna- no aparecía hasta más o menos la misma época. Tengo que admitir que todo esto encajaba con mis propias experiencias infantiles: solíamos colocar los adornos en casa en Nochebuena, al son del servicio de villancicos de Reyes en la radio (o en directo, si abríamos la ventana). Por supuesto, todo eso ha cambiado y ahora, en lugar de ser una época apacible sobre la paz, la armonía y el lento cambio de las estaciones, se trata de llenar al máximo la tarjeta de crédito mientras nos bombardean con música basura entre luces parpadeantes.
A menos que te quedes en casa hasta que se acaben las tonterías. Una vez que el oropel y la purpurina empiezan a desfigurar el centro de la ciudad, prefiero mantenerme alejado. No tiene sentido perturbar la tranquilidad interior que tanto ha costado conseguir adentrándose en calles llenas de símbolos vulgares, que sólo están ahí para hacernos gastar más. Eso, y escuchar 'Little Drummer Boy' cantada en bucle. Basta con escuchar un fragmento de ese tipo de cosas para convertirse instantáneamente en un Grinch. Hay que anticiparse a las compras de temporada y hacerlas antes de que se enciendan las luces, ya que todo lo que haya que hacer después de ese lúgubre día sólo se puede conseguir con tapones para los oídos y gafas oscuras. Estoy a favor de una decoración discreta y de buen gusto en casa, pero ni se te ocurra poner adornos fuera. Unas cuantas velas, un poco de vegetación, un poco de purpurina por la casa pueden ser encantadores, siempre que sean moderados y no exagerados.
Comida
También hay que tener en cuenta la comida y la bebida. A mí me encanta una mesa que gime bajo el peso de los dulces navideños, con un montón de gente sentada a su alrededor, con los ojos brillantes de expectación. Sin embargo, me cuesta adaptarme a la comida tradicional portuguesa de Nochebuena, la consoada de Natal. Al fin y al cabo, se trata de la principal comida familiar del año y, por tanto, debería ser memorable. De hecho, suelo encontrarla memorable, pero quizás no de la forma prevista. Nos dicen que hay 365 maneras diferentes de cocinar el bacalhau, muchas de ellas obras de arte culinarias. Entonces, ¿por qué eligen la forma más sosa y, francamente, menos apetitosa de prepararlo para Navidad? Sí, he oído todos los cantos de alabanza a la hermosa simplicidad del bacalao escalfado suavemente regado con aceite de oliva de primera calidad, pero al final no es más que pescado hervido, y el pescado hervido es simplemente aburrido.
Luego están las verduras. Col hervida para acompañar las patatas hervidas para acompañar el pescado hervido. Y no cualquier col hervida. Antiguamente, mi madre empezaba a preparar los postres de Navidad en otoño, cuando los árboles aún estaban cambiando de color. Mi sospecha es que esta tradición se mantiene perversamente viva en Portugal por la gente que empieza a hervir la pobre e inocente col de Navidad por esas fechas, asegurándose de que la que una vez fue una buena couve penca se convierta en una auténtica papilla, el tipo de papilla que podría alquilarse a los estudios de cine que hacen películas de ciencia ficción.
Me gustan bastante las rabanadas que siguen, aunque la aletreia y el bolo rei me dejan entumecido de aburrimiento. Os podéis imaginar la delicia que soy para vuestra consoada de Natal, ¿verdad? Mi difunta sogra, bendita sea, conocía estos defectos de carácter en este peculiar extranjero con el que se había casado su hija e hizo todo lo posible por compensarlos. Por ejemplo, yo era el único en la mesa al que le daban bacalhau frito (al que soy aficionado), aunque ella me daba cerca de un kilo y medio, todo amontonado delante de mi plato. Luego, durante la comida, me vigilaba con ojos de águila para comprobar no sólo que me lo comía, sino que además lo disfrutaba. Aprendí técnicas de afrontamiento, al saber que mis suegros me cuidaban con compasión estacional y que su espartana idea de la decoración navideña hacía que la mía pareciese excesiva.
La tragedia del bacalhau se convierte en una delicia al día siguiente, cuando se sirve como roupa velha, una especie de versión a base de pescado del bubble and squeak. Casi merece la pena esperar. Casi. Y tengo que admitir que mi familia tuga se ha tomado muy bien mis tartas de carne picada caseras, así que también merece la pena celebrarlo. Incluso brindaré por ello, pero ni un momento antes del momento adecuado, y el momento adecuado es Navidad, y la Navidad empieza el 24 de diciembre y no antes.
¡Bah! ¡Humbug!
Fitch is a retired teacher trainer and academic writer who has lived in northern Portugal for over 30 years. Author of 'Rice & Chips', irreverent glimpses into Portugal, and other books.